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20 oct 2015

"El milagro del Cebreiro"


Este milagro, que hizo famoso en toda Europa al Cebreiro, inicialmente fue difundido a lo largo de la Edad Media por los Peregrin@s, para llegar a nuestros días distintas versiones escritas, con el toque personal de cada uno de sus autores. Una de las más antiguas, se le adjudica al licenciado Molina, quien lo oyó contar a su paso por aquel lugar a mediados del siglo XVI, sin embargo, es el Padre Yepes cronista benedictino, quien fija la fecha del milagro en torno al año 1300 y añade a la narración más detalles del prodigioso hecho.


La versión que nosotros elegimos para reproducir, fue recogida y escrita por el escritor gallego Leandro Carré: “Aconteció, allá por el año 1300, que un cura de la parroquia empezó a pensar cómo era posible que la santísima hostia y el vino de misa pudieran convertirse en carne y sangre de Jesús Dios al tiempo de la consagración, cumplida simplemente por un hombre mortal y pecador como era él.


La duda mordía con frecuencia el corazón del sacerdote; la duda amargaba las horas solitarias de sus noches de insomnio. -¡Oh, Dios!-murmuraba el cura afligido-. La fe se debilita en mí. Mi ser se enflaquece y mi cerebro estalla, pero no veo claro este misterio. ¿Unas leves cruces trazadas en el aire por mi mano y unas pocas palabras murmuradas por mi boca, no siempre limpia y pura, cómo pueden hacer tal milagro?. 



Había un vecino de la parroquia que vivía a una media legua de Piedrafita y era tan devoto de la santa misa, que por ninguna cosa, ni aun por tormentas o nevadas más fuertes, dejaba de acercarse allí para oír su misa.


Un domingo estaba el cura celebrando el santo sacrificio. Nadie más estaba en la iglesia, porque la turbulenta cellisca de aquél día era tal, que causaba pavor. Tenía ya consagrada la hostia y el cáliz cuando oyó el ruido de alguien que entró apresuradamente en la iglesia.



El sacerdote lo miró con sorpresa y asombrado, murmuró: "¡Pobre hombre, venir con este tiempo de tan lejos, fatigosamente y exponiéndose a morir en el camino, sólo para postrarse ante un poco de pan y vino!". Pero entonces sintió un estremecimiento extraño, miró para la patena y vio horrorizado, como la blanca rodajita de blanco pan enrojecía, convirtiéndose en sangrante carne que parecía recién cortada de un cuerpo vivo; y el vino del cáliz se espesaba, adquiriendo un tono más bermejo y olía a sangre. El mísero cura cayó de rodillas al pie del altar y luego se desplomó sobre las gradas, desvanecido, el hombre que había llegado en aquel momento corrió hacia el altar y trató de incorporar al sacerdote ¡estaba muerto!.


Parece ser que la carne y la sangre, permanecieron durante mucho tiempo en el cáliz, hasta que en el año 1486 los Reyes Católicos en su peregrinaje a Santiago, llegan al Cebreiro y donan las ampollas relicario donde se albergan hasta hoy, en la misma nave del templo, también se encuentran los sepulcros del feligrés de Barxamaior y del fraile de Aurillac.


Cuenta la tradición popular que: “La reina Isabel quiso llevarse estas reliquias del Cebreiro, ya que allí no recibían el culto que merecían; así un día, partió la comitiva regia con las veneradas Reliquias hacia Castilla. Llegados a Pereje, a 20 kilómetros donde el Cebreiro tenía otra casa y hospital, los caballos se pararon y fue imposible hacerles continuar. El miedo se apoderó de la comitiva y dejaron plena libertad a los caballos para tomar la dirección que ellos quisieran, los caballos dieron vuelta y regresaron de nuevo a las puertas de la iglesia de Santa María de O Cebreiro. A la vista de este suceso los reyes Católicos ordenaron que las Sagradas reliquias continuasen en el Cebreiro...”


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