A primera vista, el icono de la Reconquista, Santiago Matamoros, no parece muy acertado. Es difícil imaginar que un judío de clase baja, contemporáneo de Cristo, se aparezca como un caballero medieval alanceando moros. Pero sólo a primera vista. Todo cambia si se tiene en cuenta que el caballo blanco de Santiago es, como en las adivinanzas infantiles, blanco. Desde luego, el color del su caballo no entronca al Santo con la historia pero sí, íntimamente, con su carácter mítico.
Salvo el caballo de La Muerte y otros Daños, los caballos tocados por la divinidad, entre ellos Pegaso, siempre son blancos. Quizás eso sucede por que un caballo de color blanco es, en la práctica, imposible. Se sabe que los caballos que son genéticamente blancos son inviables. El carácter es letal en homocigosis: esto es, si dos padres portadores transmiten el carácter “blanco” a sus hijos se producirá una muerte del feto en un momento avanzado de la gestación o, si el potro blanco nace vivo, morirá en el periodo perinatal.
Estamos acostumbrados a ver caballos “blancos” como los utilizados en la propaganda de una conocida marca de bebidas o los de la escuela de Viena. Esos animales son, en realidad, de capa torda. Nacen negros y, según va avanzando su edad, su capa se vuelve fundamentalmente blanca. No es casualidad que el caballo de raza Española por antonomasia, el caballo Cartujano sea siempre tordo: “blanco” en edad adulta. Los frailes de la Cartuja de Jerez, mantuvieron siempre la cría de este caballo cercano a la divinidad. Santiago, traído a la península ibérica desde Judea a la manera de una deidad vikinga, sólo podía montar, puesto a ello, en un caballo blanco.
Colaboración de Félix Goyache
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