Hoy hacemos referencia a una leyenda poco conocida en los ambientes jacobeos continentales y me atrevería a decir, que también entre muchos canarios. La misma relata unos hechos acaecidos en el siglo XV, que dieron origen al único Camino de Santiago reconocido fuera del Continente, por lo que su trazado no tiene como final Santiago de Compostela. Lo que no impide a los Peregrinos obtener la indulgencia plenaria durante los Años Santos Jacobeos, en los templos parroquiales de Santiago Apóstol de Gáldar y de Tunte (San Bartolomé de Tirajana) de la isla de Gran Canaria.
Este privilegio fue otorgado mediante la Bula Papal concedida por el papa Juan XXIII en el año 1965, siendo refrendada por Pablo VI en los años 1971 y 1977, para ser rescripta el 24 de junio de 1992 “in perpetuum” (para siempre), a partir del Año Santo Jacobeo de 1993, por el papa Juan Pablo II. Reproducimos el relato es obra de Antonio Cruz Dominguez y fue publicado en el diario La Provincia el 16 de julio de 2017.
La historia cuenta que a mediados del siglo XVI, unos marinos gallegos fueron sorprendidos por una tempestad frente a las costas canarias. Quizás eran aventureros galaicos que iban en busca de otras tierras. Quizás hermanos que buscaban la riqueza pesquera en nuestras aguas, como inicio de una tradición que tiene continuidad en nuestros días y ha hermanado a la grancanaria gente con la de la región gallega.
Muy mal lo tuvieron que pasar en aquellos momentos angustiosos que imploraron a Santiago, el apóstol de España, el que apareció dialogando con la Vírgen María a orillas del Ebro, el mismo que surgió en la Batalla de Clavijo en el año 844, en plena Reconquista "vestido de blanco, montado en caballo blanco y con una espada en la mano", según refiere Alfonso X el Sabio. La efigie jacobea que poseían aquellos marinos gallegos era una imagen pequeña que llevaban en el barco.
Ante ella se postraron en solicitud de ayuda y amparo con la promesa de, si eran salvados de la vorágine, erigir una ermita en la primera tierra firme que encontraran. El apóstol escuchó. Santiago se hizo presente en aquellos gallegos, hizo suyas sus peticiones y actuó. La mar volvió en calma, el Sol propagó sus rayos con más luminosidad de lo habitual y ...
frente, como de improviso, en el horizonte aparecieron las verdes montañas tirajaneras semejando el ubérrimo paisaje galaico.
Allá se dirigieron los marineros con la pequeña imagen ecuestre jacobea. Se detuvieron en lo que hoy se llama El Lomito de Santiago y allí levantaron su ermita para entronizarlo, entre pinos y brezos, aromas de duraznos y peros, teniendo como acólitos los valles de La Plata, Cercados de Araña y Ayacata. Allí se centró la piedad jacobea isleña, cita obligada de peregrinos los 25 de julio de cada año, por los siglos de los siglos. Hasta el 16 de septiembre de 1849 se llamó Santiago del Pinar.
Tras ser trasladado a la parroquia de San Bartolomé por orden del Obispo Buenaventura Codina, que aceptó el consejo del Padre Claret, misionero y apóstol de Canarias -más tarde nombrado compatrono de la Diócesis- se le empezó a denominar Santiago el de Tunte y, desde los primeros años del siglo pasado XX, todo el mundo lo conoce por "Santiago el Chico", para distinguirlo de la imagen que llegó en 1903 y figura desde entonces en el templo consagrado de San Bartolomé Apóstol.
Santiago el del Pinar, Santiago "el Chico", Santiago de Tunte ... una constante jacobea en el devenir histórico cuyo conocimiento ha quedado expuesto en las investigaciones realizadas por el insigne doctor en Teología, eminente historiador, hijo predilecto y primer cronista oficial de la Villa de San Bartolomé de Tirajana, don Santiago Cazorla León.
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