En el claustro “Pequeño” “Viejo” o de “las Nereidas” del Monasterio de San Julián de Samos, nos encontramos una monumental fuente adornada por cuatro misteriosos seres femeninos con aspecto de serpiente, grandes pechos y extraña cabeza.
Si la fuente llama la atención, por si misma, más lo hace por encontrarse dentro de un lugar dedicado a la oración y el recogimiento. Tan extraña le pareció su ubicación a un padre provincial benedictino, durante una visita al monasterio, que ordenó su traslado a un lugar más discreto.
La fuente fue desmontada pieza a pieza con el fin de reubicarla en el nuevo emplazamiento, pero en el momento de iniciar el traslado, los asombrados monjes vieron como resultaba totalmente imposible desplazarlas ni un solo centímetro, ya que las piedras habían adquirido tal peso, que ni con los ingenios más avanzados de la época, fue posible despegarlas del suelo.
Convencidos de que las nereidas nunca permitirían ser trasladadas, decidieron reconstruir la fuente en el mismo lugar, comprobando como las piedras volvían a dejarse mover sin la mínima dificultad, hasta su total reconstrucción. Don Gregorio Marañón en su estudio sobre el padre Feijoo, vincula la existencia de esta fuente, con el convencimiento del humanista en la existencia de las sirenas.
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