15 ene 2016

"Nunca llegaré a Santiago"


El título de la entrada no es producto de que las propuestas de cambios para obtener la Compostela, me hayan empujado a dejar de recorrer los Caminos que llevan a Santiago, no, es el título de un entretenido e interesante libro.


El libro relata las aventuras y desventuras, por el Camino Francés, del periodista asturiano Gregorio Morán y su amigo e ilustrador Toni Meseguer. El tema no tendría nada de sorprendente si no fuera por el ateísmo confesó de Morán y porque relata una peregrinación realizada en los primeros meses del año 1993, cuando el Camino comenzaba a retoñar y apenas disponía de servicios.


En sus poco más de 200 páginas, el autor describe las penurias sufridas a lo largo de las 23 jornadas que tardan, a su manera y con muchos bocadillos de sardinas, en alcanzar Finisterre. A lo largo de las que describe paisajes y paisanajes, familiares para los que alguna vez seguimos sus pasos, además de sus reflexiones y particular visión del Camino en un tiempo en el que la única tecnología disponible era la TV y los teléfonos púbicos, y no en todos los pueblos.


Quizá el único "pero" es a partir de León, nos deja con ganas de más.


[...] Este viaje por el Camino de Santiago nació de una idea un tanto peregrina, muy a propósito. Porque en castellano lo peregrino es sinónimo de torpeza, candor e incluso lleva como adobo dosis de estupidez. ¿Es posible, a finales del siglo xx, recorrer centenares de kilómetros a pie sin exponerse a ser considerado un penitente o un vagabundo? En una época saturada de fundamentalismo religioso, de una fe tan llena de manifestaciones públicas como carente de intimidad —de eso que antaño conocían como vida interior e incluso algunos como mística—, caminar hacia Santiago de Compostela ofrecía el atractivo de una tentación laica: ¿de qué modo reacciona uno mismo y la sociedad que recorre, al repetir el que fuera viaje capital de nuestro mundo antiguo? Nuestra antigüedad no fue grecolatina sino medieval; somos bárbaros veteados de civilización.


No es verdad que se viaje para olvidar. Se viaja más bien para crear nuevos recuerdos. Especialmente cuando se trata de hacerlo sin prisas, cuanto más andando, que los paisajes se eternizan y hay tiempo para todo; mirar, cantar, pensar. A menos de ser muy simple e ir controlando el reloj como un ciclista o de tener mucha fe y pasarse el periplo rezando rosarios, no hay nadie que pueda caminar durante semanas y que no recorra tantos kilómetros como recuerdos. Irá pasando su vida a retazos; en ocasiones le servirá para avanzar más rápido y en otras para consumirse. [...]


¡Buena lectura!

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